«Los versos satánicos», Salman Rushdie (1988)
por Gonzalo Viñao*
la novela empieza con dos tipos cayendo por el aire a veinte mil metros de altura, con ropa de calle, uno incluso lleva puesto un sombrero que no arredra frente al vértigo y el torbellino de semejante caída; el otro canta, el primero le pide silencio
uno de estos protagonistas, en el transcurso de la novela, se transforma en sátiro; el fantasma de una mujer persigue a su esposo en una alfombra voladora mientras el esposo viaja en tren, y le habla a través de la ventanilla; el Arcángel Gabriel es un actor indio que pasea por Londres y no entiende qué carajo está pasando, mientras los sueños que son delirios bíblicos se le injertan en la realidad
la historia es perfectamente verosímil de la primera hasta la última palabra: cualquiera diría que los sucesos transcurren en la realidad más ordinaria; al mismo tiempo, la novela es un manifiesto sobre la situación de los emigrados hindúes y musulmanes en Europa, sobre la intolerancia religiosa, sobre el racismo, sobre la capacidad individual de tolerar cualquier cosa a cambio de nada, sobre hombres que se transforman en monstruos al aceptar como ley natural la mirada ajena
la crítica emparenta a la novela de Rushdie con el realismo mágico, ese invento sudamericano que le permitió al negocio editorial vender libros de García Márquez e Isabel Allende; desde hace años, la incapacidad de los críticos de mirar otra cosa que no sea el propio ombligo los lleva a catalogar, bajo el rubro “realismo mágico”, cualquier cosa que no responda a los estándares de su mediocre percepción de la literatura; baste con decir que el mismo concepto de “realismo mágico” les parece una cosa tan inteligente…
el ciudadano británico Salman Rushdie, Caballero del Imperio desde 2007, llegó a Londres a la edad de catorce años, procedente de Bombay, ciudad en la que naciera en el año 1947 (como se dice generalmente) en el seno de una familia acomodada; su padre estudió en Cambridge, donde él mismo obtuvo en 1968 la maestría en historia, síntoma y consecuencia de aquel acomodo
Salman, además del nombre y la carga genética, tiene la facha de un perfecto y lascivo demonio salido de alguna ilustración de un kama-sutra impreso en el once; pero hasta ahí llegan todos sus vínculos con el infierno; Salman es un tipo tan pacífico, pero tan pacífico que, en un intento por evitar todo tipo de enfrentamientos violentos, decidió vivir oculto, y así lo hizo, entre 1989 y 1998
¿por qué alguien decide esconderse del público (y de los servicios secretos y de los terroristas de una importante cantidad de países) durante nueve años?
cuando leo los versos satánicos no puedo dejar de imaginarme a Salman en un estado de crisis paroxística después de mezclar en un peligroso cóctel una serie de elementos poco convenientes: la enciclopedia británica, el corán (en, al menos, una docena de ediciones y cuatro o cinco idiomas), el ramayana, una guía lonely planet sobre la India y el Bhagavad Ghita y el Mahabharata, la biblia (antiguo y nuevo testamento, evangelios, cartas, apócrifos y en especial un par de estudios recopilatorios muy completos sobre el Apocalipsis), el conjunto legislativo sobre inmigración en Europa, una reseña sobre Peronismo & Descamisados (y vaya a saber qué tipo de informes sobre actividad política en el río de la plata durante la década del ‘50), un compendio de psicología sobre la soledad y la locura mísitica, y…
según testigos confiables, Salman despachó la infusión de un golpe de garganta, una mañana de domingo antes de ponerse los calzoncillos, con un ojo puesto en la Babilonia frente al balcón de su casa (Londres), y el otro vuelto hacia las inefables profundidades de sí mismo, donde creyó ver a Dios, pero tardíamente confesó haberse equivocado (no era más que un raro efecto de la luz a esa hora del levante)
el resultado de la consecuente descompostura: esos increíbles versos satánicos que por aquel entonces despertaron el rechazo de cierto anciano, digamos, uno de esos personajes que “ejercen influencias”; me refiero a un tal Ruhollah Jomeiní, a quien era obligado denominar “ayatolá”, ya que se trataba del líder religioso del Irán
si la combinación de las palabras “Jomeiní”, “ayatolá” y “lider religioso del Irán” no son capaces por sí mismas de avivar nuestras imaginaciones, podemos completar el panorama con varias escenas de atentados con coches bomba, terroristas suicidas activando cinturones cargados con C4 en los shoppings y estaciones de trenes del mundo, secuestros dramáticos como aquel de los atletas israelitas en Munich, ejecuciones públicas, lapidación de mujeres, aviones cargados de pasajeros explotando en los aeropuertos, ejércitos de partisanos entrenando en campamentos secretos monitoreados por los satélites espías de los estados unidos, etc.
y la otra palabra que deberíamos tener en cuenta es “fatwa”, porque esa es la palabra que el Ayatolá Jomainí lanzó sobre la cabeza del ciudadano británico no violento Salman Rushdie en cuanto terminó la lectura de los versos satánicos, produciendo el efecto inmediato de acelerar el tránsito fecal en el esfínter del escritor
una fatwa es un pronunciamiento legal regido por las leyes del islam, base del derecho civil en los países islámicos; de los muchos especialistas y sacerdotes capacitados para emitir una fatwa, el Ayatolá es el único cuyas fatwas son indiscutibles e irrevocables, a tal punto que, incluso, sólo el mismo Ayatolá es el único autorizado a retirarla, suspenderla o cancelarla
en 1988 los versos satánicos desataron una controversia inmediata en el mundo islámico, debido a la supuesta irreverencia con que se trata en sus páginas a la figura del profeta (donde “el profeta” es sinónimo inmediato de “Mahoma”); en India la novela se prohibió el 5 de octubre y en Sudáfrica el 24 de noviembre, en la siguientes semanas la censura alcanzó a Pakistán, Arabia Saudita, Egipto, Somalia, Bangladesh, Sudán, Malasia, Indonesia, y Qatar; sumadas las poblaciones de esos países, algo así como al 35% de la población mundial se le negó la posibilidad de leer la novedad editorial de Salman Rushdie, esto sin contar a los seguidores del islam en los países no islámicos
entonces aparece el Ayatolá Jomeiní y, el 14 de febrero de 1989, manda a leer por Radio Teherán la fatwa que acusa al libro de “blasfemo contra el islam”, acusa a Rushdie de apostasía y ordena castigarlo con la muerte; esto quiere decir que Jomeiní hizo un llamamiento universal a todos los miembros del islam del mundo, ordenándoles matar a Salman Rushdie donde fuera que se lo encuentre (incluídos también aquellos editores que publicaron el libro) bajo pena de incumplir una ley religiosa; el estado de Irán, a instancias de Jomeiní, ofrece una recompensa de tres millones de dólares por la cabeza, sin vida, del escritor
arranca entonces una larga sucesión de protestas contra el libro, y esta increíble avalancha desencadena consecuencias impensables; enumeremos:
- 12 de febrero de 1989: cinco personas “abatidas” (palabra que el periodismo entiende como sustituto políticamente correcto de “muertas”) por la policía en una protesta contra el libro en Islamabad.
- en 1991, Hitoshi Igarashi, traductor del libro al japonés, es asesinado en Tokio; el traductor italiano es golpeado y apuñalado en Milán.
- en 1993 el editor noruego de Rushdie, William Nygaad, es tiroteado en su casa en Oslo y resulta gravemente herido.
- también en 1993, treinta y siete personas (pongamos el número para que quede claro: 37) mueren quemadas en un hotel en Turquía, a manos de los manifestantes que protestaban contra Aziz Nesin, tradutor de la novela al Turco.
en 1997 el estado de Irán duplicó la recompensa por la muerte de Rushdie, y al año siguiente el fiscal general de ese país ratificó la fatwa; el problema con esta fatwa es que el único con poder para retirarla es el Ayatolá Jomainí, muerto en el año 1989
en 1998, finalmente, el estado Iraní se comprometió públicamente a no perseguir a Rushdie, esto gracias a la intervención del gobierno Británico, en su búsqueda por normalizar las relaciones entre los dos países; sin embargo, muchos miembros del islam consideran que la fatwa de Jomeiní continúa vigente
Salman se ha manifestado sucesivamente como un hombre no religioso, aunque respestuoso del islam, y aún hoy defiende su novela y declara que no fue jamás su intención maltratar la figura de Mahoma; sus argumentos pueden leerse en su ensayo “In good faith” del año 1990
con un saldo de más de cuarenta víctimas en la memoria de los Versos Satánicos, Rushdie dejó de vivir oculto y continuó publicando sus libros, incluso se lo puede ver en dos o tres películas y (cuándo no, el amigo Bono con su nariz en todas partes) en el video de U2 “the ground beneath her feet”, compuesto sobre la letra de un poema escrito por Rushdie como parte de una de sus novelas
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*Gonzalo Viñao:
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